Fragmento «El Hijo Pródigo vuelve a casa»: Capítulo 4. Los otros

Nos encontramos casualmente en uno de los bares que frecuentábamos cuando estábamos juntos en el Centro de la Ciudad. Por su puesto él iba acompañado de su nueva y exótica pareja. Exótica porque no era de aquí y en lugar de sentir asombro como todos por lo de fuera sentía una especie de repulsión.

Por su signo zodiacal (risa omitida) Esteban era muy amable y hasta cierto sentido era muy poco rencoroso. Era una de las tantas virtudes que admiraba de él. Al verme llegar al bar le preguntó a ella si no le molestaba que me sentase con ellos a tomar algo, aunque solo fuera por un momento. Ella accedió y por fin nos presentamos, su nombre era Gardenia Victoria Hurtado Chávez o como Esteban le llamaba la “Niña de Guatemala” por el poema de José Martí que después Oscar Chávez convertiría en canción, era como si a Esteban, gran fan de Oscar Chávez, le hubiera caído como anillo al dedo. Varias veces fue a verlo al Auditorio Nacional, me parecía música de viejito, por eso nunca lo acompañé. Él la llamaba Victoria nombre de su abuela a quien ella apreciaba mucho.

Ella venía de una larga sucesión de mujeres cuyo primer nombre era el de una flor y su segundo nombre era Victoria. Su actual sobrina se llamaba Margarita Victoria. Un poco anticuado para mi gusto, pero no dije nada por mantener la línea de la conversación. La observaba detenidamente mientras hablaba, como casi no movía las manos más que cuando soltaba una carcajada. Jamás imaginé a Esteban con una persona como ella, pero tras la muerte de su padre el conservadurismo iba poco a poco alejándose de su casa. Como todas las parejas que recién empiezan tenían esta pequeña rutina en la cual cuentan sus anécdotas a manera de discurso y saben en qué momento parar para que el otro hable. Contaron una pequeña anécdota sobre la inhabilidad de Esteban para preparar hotcakes. Sobre como habían quedado muy delgados por lo aguado de la masa y en lugar de haberlos preparado con mantequilla los había hecho con aceite a falta de esta primera. Ambos rieron como si hubiese sido la historia más graciosa que les ha ocurrido.

Bebimos un par de tequilas cada quien, medio tomado Esteban comenzaba a demostrar cariño. La niña de Guatemala tomó su bolso y nos ofreció lo que parecía un cuadro con LSD. Esteban lo rechazó argumentando que tenía que manejar, argumento soso porque con esos tequilas nadie iba a poder manejar, tomé el cuadro que tenía una figura de Bart Simpson a lo cual Esteban referenció que a ella también le gustaban Los Simpson. Nos pusimos el cuadro en la lengua cruzando nuestros brazos como si estuviésemos haciendo una especie de brindis. La micro dosis surtió efecto después de unos cuarenta minutos. Las luces se tornaban más brillantes que nunca, la Torre Latino me hablaba y me decía: -Mira su frente, obsérvala detenidamente. Llegamos a Garibaldi, Esteban se había ensoberbecido y manejo de un estacionamiento a otro. Bajamos del auto y entramos al salón Tenampa que no conocía Gardenia. Comencé a llamarla de esa forma porque en algún punto de la noche me dijo que ese nombre no le gustaba.

Comprender a Esteban era un trabajo que exigía más tiempo del que yo disponía y adormilada por la micro dosis, me quedé dormida por la música de los mariachis. Cuando desperté por ahí de las 3 de la mañana, uno de los mariachis, por los efectos del cuadro, me dijo telepáticamente: -Observa su frente, obsérvala fijamente. Me volví para mirar a Gardenia quien ya estaba como si nada, miré por arriba de su nariz con un piercing en el septum, sus ojos chicos y sus cejas pobladas y observé su pequeña frente – Los mariachis cantaban canciones de Oscar Chávez ¿O era un trío? Y al llegar a su frente vi que tenía una especie de lunar que Esteban besaba tiernamente mientras ponía su mano por debajo de su espalada como diciendo: “Aquí estoy, todo va a estar bien”. En el fondo se escuchaba: -Como de bronce candente al beso de despedida, era su frente la frente que más he amado en mi vida. Ahí fue cuando comprendí que Esteban y Victoria iban en serio.

Sentí impotencia por no poder llorar por él y bebí un par de tequilas más hasta perder el sentido. Desperté, amablemente Victoria me regalaba una taza de café negro, junto con una torta de chilaquiles y un Electrolit de sabor Fresa-Kiwi que Esteban sabía era mi favorito. Victoria se comportó con tal magnanimidad que hizo que se ganara mi respeto. Los últimos efectos del ácido que sentí fueron cuando vi en el aire a manera de holograma los signos zodiacales de Esteban y Victoria, ella era Acuario y el Piscis. No sentí resentimiento por ninguno de los dos, rápidamente me comí el desayuno y me despedí diciéndoles que debíamos repetirlo, ella sonrío sarcásticamente él no dijo nada.

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Fragmento «El Hijo Pródigo vuelve a casa»: Capítulo 3. Superficialidad

Tres momentos fueron los que definieron mi perdición en la superficialidad, mi separación con Lenina fue el primero de ellos. Estando en Acapulco ella me dijo que era demasiado para mí, que me había convertido en una persona non-grata en su vida, segunda vez que utilizaba el término para referirse a mí. Gracias a esos tres hitos fue que me llegó la revelación para dejar mi vida de Dandy Baudeleriano. Tras haberme dicho eso decidí que no toleraría más sus abusos y salí del cuarto, nos hospedábamos en el Princess. Escapé del cuarto, aventé el celular en la alberca y me subí al coche, manejé de vuelta a la Costera donde Octavio se encontraba en un antro que probablemente ahora ya no existe. Efusivamente me saludó y comenzamos la juerga. Le platiqué lo sucedido a lo que acto seguido me presentó a una de sus amigas que acababa de conocer. Ella tenía piel morena y ojos de color café oscuro, lo que más me atrapó en aquella noche era una marca muy característica que tenía en su frente, una especie de lunar/cicatriz, ella era de Guatemala.

Al avanzar la noche llegué a conocer un poco más a fondo a esta chica cuyo nombre era Gardenia Victoria. Me comentaba que su padre también se llamaba Esteban y que la coincidencia le parecía graciosa. Con unas copas encima los dos nos besamos al ritmo de una de esas canciones de reggaetón que después recuerdas como La canción. Como de película de comedia-romántica estadounidense Lenina nos vio a lo lejos, corrí para alcanzarla, me reprocho el hecho de que apenas habíamos terminado y ya estaba besuqueándome con otra. La miré y le dije: – Tienes razón, mírame, mira en lo que me he convertido, ahora soy un mirrey cualquiera, que usa camisas de seda y joyería de diseñador, no puedo pedirte que me quieras como soy, porque ni siquiera yo sé quién soy. Esa noche, como nunca otra, tal vez el día en que murió mi padre, lloré, lloré por el amor perdido y a pesar de estar rodeado de gente podía sentir como la soledad se apoderaba de mí, para convertirse después en vacío existencial.

La superficialidad hizo que me perdiera en un mar de luces brillantes. Esa noche recuerdo caminar errante por la playa. La chica de Guatemala se iba al otro día, en un gesto de cortesía me dio su número celular. Llovía a las tres de la mañana en Acapulco y mis lágrimas se perdían entre las gotas de lluvia. Sin darme cuenta nuestras almas se fueron separando cada vez más y más, en relación con mi superficialidad era el envejecimiento que sufría mi alma. Las conversaciones vacías y la embriaguez convirtieron a esa musa que me guiaba, en una musa sin rostro insulsa y vacía que, al presentarse en mi vida, lo único que hacía era que perdiera el camino. Pocos días después de que Lenina y yo termináramos, recibí la llamada de mi madre que me daría las otras peores noticias de mi vida. Mi padre murió una mañana de diciembre justo un mes después de que Lenina me dejara. Murió de un paro cardiaco, en realidad fue algo muy rápido, le dijo a mi mamá que le dolía la cabeza, después se levantó al baño y una hora más tarde mi mamá comenzó a preocuparse porque no salía. Abrió la puerta y encontró el fiambre inerte sobre el suelo, comenzó a gritar desesperada. Tras unos minutos llamó a la ambulancia y a los servicios funerarios. Cuando hablamos se escuchaba tranquila, pero cuando me vio soltó en llanto nuevamente. Físicamente yo no me parecía a mi padre, según yo, pero algo sucede cuando la gente muere, o sale de nuestras vidas, tratamos de reemplazarla con las personas que más se le parezcan. 

El segundo momento que me hizo despertar nuevamente a la realidad, fue al darme cuenta de que Octavio solo me estaba utilizando, al igual que mucha gente que me rodeaba. Comencé a salir con muchas mujeres durante esos seis meses antes de la publicación del libro, todas me parecían como hechas en serie. Misma escuela privada, misma ropa de marca y misma joyería. Buscaban prácticamente lo mismo, un marido que pudiese mantenerlas sin que ellas tuvieran que levantar un dedo. Como reproducidas en masa, con los mismos intereses y la misma historia. La única chica por la cual sentía un interés genuino era la de Guatemala. Victoria me escribía de vez en cuando a veces a horas inusuales, pero nada fuera de lo común, compartíamos canciones y me compartía de su cultura y yo de la cultura mexicana. El punto central de este segundo hito, ocurrió en una fiesta masiva en la que me encontraba con Octavio y la chica con la que salía en ese momento. Octavio estaba más acelerado que de costumbre pedía una botella tras otra. Él me “obligaba” a tomar, ponía un caballito en mi mano cada vez que veía que no traía nada de tomar y yo bebía y bebía sin saber lo que me esperaba al salir. Decidimos dejar el auto en la calle y caminando por la Zona Rosa, Octavio recibió una llamada muy misteriosa y me dijo que tenía que irse. Sin más dinero en la tarjeta comencé a gastar el dinero que era de los gastos del mes.

Llegué al bar de costumbre, ya estaba medio vacío para ese momento, en mi cartera guardé el ticket que me atormentaría la mañana posterior. Al despertar como de costumbre en un hotel de Tlalpan me di cuenta de que el ticket que habíamos pagado era por más de cincuenta mil pesos. A esto se acumulaban los casi cien mil pesos que debía en la otra tarjeta y el poco efectivo que me quedaba para los gastos del mes. Fue ahí que me di cuenta de que comenzaba a tocar fondo, con el pasar de los años no había poder humano o divino que pudiese levantarme en las resacas. En esos meses de poco dinero y como en la parábola tuve que concentrarme en mi trabajo y pensar en conseguirme otro. Con ayuda del profesor Noé logré ingresar a un Call Center que era de su cuñado, por suerte sabía hablar inglés lo que significaría que podría ganar más. Cuando confronté a Octavio para que me diera aunque fuera algo de la noche de juerga, él se hizo el desaparecido, no supe más de él hasta que ¡Oh sorpresa! Ahora era novio de Lenina. El día que nos volvimos a encontrar, todos fingimos demencia por lo incomodo de la situación. Recuerdo esas salidas con Octavio, todas las noches salía con alguna mujer del brazo, más no recuerdo que hacía o que decía para que se convencieran de irse conmigo.

Y ese era el tercer momento, esa incomodidad de trabajar intensamente para llegar al bono y tener deudas y deudas acumulándose. Todas las personas bebían y se divertían a mis expensas, pero nadie estaba dispuesto a pagar el precio. Me parecían extremadamente altos los precios de la canasta básica, lo único en lo que encontraba consuelo en esos tiempos difíciles era hablar con Victoria. A veces era videollamada, otras era desvelarse viendo películas, podría decirse que era muy fan de Harry Potter. Me las veía negras en ese momento en las ventas del libro que continuaban bajando y ni con los dos trabajos podía salir adelante para pagar las deudas de la tarjeta. Decidí entonces deshacerme de todas esas joyas y lujos que me habían llevado hasta donde estaba. Con la venta de un par de relojes, un poco de ayuda de mi mamá y ahorrando hasta en lo más mínimo pude llegar a un acuerdo con el banco para que condonara la deuda de mi tarjeta y que solo tuviera que pagar sesenta mil pesos en un plazo no mayor a seis meses.

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Fragmento «El Hijo Pródigo vuelve a casa»: Capítulo 2. Izquierda

Al terminar la junta con el cliente decidí tomar un momento de descanso en casa. Llegué y encendí uno de los porros que estaba sobre el escritorio; recordaba los 3 elementos que menciona la referencia bíblica por excelencia. El mejor calzado, el mejor vestido y el tercero que por ahora la mariguana me ha hecho olvidar. Me veía al espejo mientras sonaba de fondo música de Caifanes en el reproductor de vinilos. Lenina siempre me recordaba lo vanidoso que era y en mi mente atesoro todas aquellas veces que fumamos juntos. Ella se sentaba en el sillón de la sala que da hacia la vista de los edificios; una de las ventajas de vivir en el último piso es que teníamos la opción de ver toda la Ciudad a lo lejos, todos esos momentos que compartimos y yo pensando en el solipsismo y ella pensando en cuantos balones de futbol cabían al interior de un coche. Aún recuerdo que esa pregunta nos daba mucha risa incluso meses después de que me la hubiera hecho.

Ella tenía un gusto ecléctico, musicalmente hablando. Podía escuchar cualquier clase de metal y se burlaba de mi por la música de niño fresa que yo escuchaba. El tiempo se pasó volando y era hora de continuar con el libro y la tesis. Tomé lo que había quedado de la hierba y terminé de fumarlo. Corrí por el pasillo hacia el elevador, el color blanco y rojo de los edificios me hacía sentir un poco mareado. Los botones del elevador tenían un brillo particular eran ascensores muy viejos como la mayoría de mis vecinos quienes estaban ahí desde su construcción. Dentro del Metrobús podía sentir las miradas de los otros acechándome, pero continuaba absorto en mis pensamientos. Frente a mi iban sentados un señor y una señora como de unos cincuenta años de edad, me olfateaban como si nunca hubieran olido mariguana antes. Y yo al examinarlos detenidamente comprendía su repudio hacia mí, un muchachito muy bien vestido y peinado como para andar fumando esa porquería.

No me importaban sus pensamientos más no podía dejar de observarlos y pensar como los sueldos ahora son cada vez más bajos, las cosas que se deben consumir son cada vez más caras. Por convicción y para dejar de consumir dejé de ir a las grandes cadenas de supermercados para ir al mercado cerca de mi casa o a las tienditas, trataba de evitar las tiendas de conveniencia, aunque no lo lograba del todo pues me había vuelto un poco adicto a la taquicardia que era producto de tomar bebidas energéticas. Caminando hacia la Biblioteca Central y pensando en esa pareja que me observaba en el Metrobús entendí que el lugar hacia donde nos lleva el progreso es el vacío existencial. De una u otra forma no tenía muchos amigos cercanos, mis amigos eran esas personas a las que psicoanalizaba dentro del transporte público.

En los años universitarios era donde más socializaba con las personas y normalmente eran personas que conocía desde hace más de diez años; aún recuerdo a esos amigos de la universidad y de la infancia que me felicitaban por el gran logro de haber leído El Capital de Marx completo. Logro que para Lenina era insignificante, aunque ella no lo hubiera alcanzado aún. En un inicio los años pesaban entre nosotros, muchas de las cosas que hacía eran niñerías para ella, cosas que cualquiera podría lograr. Pero la gota que derramó el vaso fue en una de nuestras charlas al hablar del progreso en que yo le decía que el progreso nos orilla a no preguntarnos lo que sucede en nuestro ambiente y simplemente ser felices con lo que tenemos y no con lo que está en nuestro interior. Era una pequeña crítica hacia el mundo de fantasía que inventamos en nuestras redes sociales, donde mostramos lo felices que somos con nuestra actual pareja. Me comentaba que si estaba tan en contra de todo eso que entonces cerrará todas mis redes que dejase de estar en el celular todo el día. Nunca logramos terminar esa discusión sin terminar peleados o dejarnos de hablar durante varios días.

Llego a la Biblioteca y lo primero que hago es darle a la bibliotecaria doscientos pesos para que me deje quedarme hasta tarde. Lo segundo era comprar un café deslactosado y descafeinado solo para engañar a mi cerebro y hacerle creer que nuevamente recibiría cafeína. Por ahí de las once y media de la noche los ojos me pesaban y era que me quedaba dormido sobre mis notas. Y tenía mi sueño de todos los días donde me ahogaba dentro de un lago, a veces me parecía ver a mi lado a mi papá sonriendo como si tratara de decirme algo, como si estuviera orgulloso de mí. Hasta cierta medida y casi nunca lo decía frente a ella, pero Lenina tenía razón, lo que buscaba era alejarme de esa realidad enajenante en la que vivimos, por eso creía que, en el discurso de dejar de consumir cosas, mi alma se reivindicaría un poco.

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Fragmento «El Hijo Pródigo vuelve a casa»: Capítulo 1. Soledad

¿Dónde quiera que voy ahí estás tú? Cada vez que camino por las calles solitarias de la Ciudad te encuentro como un fantasma que me persigue. Los momentos que definen mi vida están enmarcados por un tinte oscuro; como si una sombra me persiguiera. La soledad camina conmigo y toma mi mano mientras vemos el amanecer juntos. Soy un hombre completamente, la química de mi cerebro alcanzó un equilibrio. He sido demasiado duro con la elección de carrera que hice, por dentro me siento atrapado, pero por fuera no sé qué es lo que demuestro. Estudio a cada momento, las luces de la Universidad se apagan cada vez que paso uno de esos largos periodos de estudio en la Biblioteca Central. De manera recurrente tengo el mismo sueño, una y otra vez me sucede lo mismo. Camino por un paisaje freudiano, un río se asoma por debajo de un puente, los tintes de la luz de mi sueño son de color amarillo.

Mientras avanzo por el camino de mi sueño me siento mareado, como si estuviera borracho. La ropa que uso es la que me da a entender que es lo que está pasando. Llevo puesto el traje de un arlequín, pero no soy un bufón soy el ayudante ebrio de un sastre. Todo esto lo sé porque para la época me veo al último grito de la moda. Al cruzar el puente pierdo el equilibrio y caigo al agua. Veo como la luz se acerca cada vez más y se vuelve aún más amarillenta. Despierto de un sobresalto para darme cuenta de que estoy en la Universidad aún. Día con día interpreto mi sueño, las luces amarillas son las ventanas de la Biblioteca Central, el alcoholismo representa mi deseo latente de ser una mejor persona y dejar los vicios de los que no puedo deshacerme. La asfixia se relaciona con la postura en la que estoy durmiendo, boca abajo sobre la mesa. Toda la escena es reproducida de manera fiel a una de las representaciones oníricas que utiliza Freud en su Interpretación de los Sueños.

El proceso de duelo no puedo describirlo sin pensar en ti. La muerte no es un cambio de estado, es estar en lugares diferentes. Como mexicanos nos gusta retar a la muerte, una constante confrontación entre la vida y la muerte. Nos da miedo confrontarnos a los demás, vivimos una contradicción constante en la que no sabemos lo que buscamos, pero si lo que no queremos. No nos gusta llamar la atención, pero hacemos fiestas por cualquier motivo incluyendo la muerte. Al pensar en mi historia, recuerdo los momentos que pudieron marcarla, cómo en algún momento debí haber aprendido a tocar el piano. Las notas recorren mi cabeza, pero mis manos cansadas no coordinan, el francés que nunca aprendí o el portugués que le prometí a mi madre. Eso son los recuerdos, un eterno retornar a algo que no existe, al pasado que ya no existe y que en nuestra mente parece ser mejor que el momento en que lo vivimos, aunque no lo sea.

El tiempo pasa volando cuando estoy aquí, sin darme cuenta es momento de salir de la Biblioteca para regresar a casa, por más que trato sigo estudiando y no logro aprender, como si el fantasma de la pesadez me hiciera olvidarme de todo lo que está en el libro. Avanzo en un auto por una calle empedrada, cruzo un puente de piedra y me siento nervioso y cantando. Las drogas deben estar haciendo efecto. “Ya se había mencionado que era el mismo sueño, pero a veces sufría alguna variación”. Necesitábamos escapar ¿Escapar de qué? El auto cae dentro del agua, siento como se pierde mi respiración, el auto sigue hundiéndose y por la luz de la ventana puedo ver un halo de luz amarilla. Mi respiración se corta de golpe, el cuidador de la Biblioteca toca mi hombro derecho para que despierte.

Al caminar por los jardines de la facultad pienso en la interpretación de mi sueño ¿Qué representa cada uno de los elementos? ¿Existen las señales del destino? Para el momento en que salía de la Biblioteca eran aproximadamente las doce de la noche. No era tan tarde, pero para alguien que lleva estudiando desde las 12 del día era algo extenuante. A todo esto, se sumaba la poca cantidad de comida en mi organismo. Las drogas representaban los papeles sobre la mesa, siempre que pienso en mariguana pienso en hojas de papel. El pasto y el halo de luz amarilla eran los que se colaban por las rendijas de la Biblioteca Central. El nerviosismo representa la relación entre el amor y el desamor que siento por ti que no me permite concentrarme. El proceso creativo es lo que me hace sentir nervioso, no saber hacia dónde irá mi creación. Recurro a temas del pasado como si mi alma fuera vieja. El camino empedrado ese es uno de los elementos constantes en el sueño, lo relaciono directamente con el concepto del tiempo. Un camino de piedra representa algo inamovible como el pasado. Alguna vez te escuché decir que mi alma se encontraba en el ocaso y continuaba envejeciendo.

Caía una ligera llovizna, de esas lloviznas de verano. La lluvia me hacía pensar en los patrones de la vida, como cada una de las gotas que caen tiene una razón de existir, como todos los patrones de comportamiento, más lo importante no es reconocer los patrones de la vida, sino cómo trascenderlos, cómo dejar de ser gotas de lluvia para convertirnos en los ríos que tocan nuestros pies durante los días lluviosos. De forma irónica pienso en que Universo vivimos, a que mundo pertenecemos sin obtener una respuesta inmediata. Preguntas que se difuminan como las gotas de lluvia. Como incorporar esos elementos en algo que no tiene sentido. Son esos eventos los que han marcado mi vida durante los últimos 8 años. Tres facetas de mi vida guardan una relación importante entre sí. Me he convertido en aquello que despreciaba hace mucho tiempo. Visto con ropa hecha a la medida y zapatos de diseñador.

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Cara a cara

“Cara a cara con todas esas cosas que hay que cambiar; la representación que hago del mundo ya no es la misma que antes”. Lenina marchaba sobre Paseo de la Reforma con dirección a las Lomas. Los jornaleros iban uno a uno a su lado. Como dos vallas a su lado izquierdo y derecho un cuerpo de policías que cuidaban los monumentos históricos que iban pasando. El sonido de los pasos de esas personas era lo único que podía escuchar, y al ritmo de esa marcha incesante pensaba lo siguiente: – ¿Cuál es el principal problema de México? Yo pienso-se respondía a si misma- que el principal problema es la corrupción. Pero la corrupción siempre necesita de dos partes, entonces no es un problema exclusivo de las autoridades. El ciudadano de a pie siempre ha sido parte clave de que la corrupción siga creciendo.

Otro de los problemas principales-continuó su soliloquio- es el de los dos Méxicos que existen. El desarrollado y el que está en vías de desarrollo. De ahí que la gente venda su voto, o decida dedicarse al narcotráfico, por no tener oportunidades. Pero hay algo que sigue perpetuando esta situación. Ya lo explica la “Teoría de la dependencia”. Los ricos necesitan de los pobres y viceversa. ¿Quiénes harían los trabajos que nadie querría hacer, si no es la gente con más necesidades? La cara desconocida de las personas que van a las marchas.

De pronto un grupo de granaderos se posó frente a ellos. Un choque de dos fuerzas, las represivas y las del “Grito de Libertad”. Un grito sumamente gastado. Lenina en ese momento estaba frente a todo lo que tenía que cambiar de México. Pero para lograr eso, se necesita descubrir primero la esencia del mexicano, ¿Cómo es el mexicano promedio? ¿Cuándo cambió el paradigma del “ethos” mexicano? Desde los sesenta, la clase media no ha sido más que un espectador de lo que sucede en el país. La marcha había terminado, la represión se alejaba entonces de ellos. Los jornaleros subían de vuelta a los camiones que los llevarían a sus respectivos pueblos.

De regreso en su facultad Lenina le platicó a Esteban todas las conclusiones a las que había llegado durante la marcha. Él hizo un comentario: -Y por qué vas a esas cosas, si todo el mundo sabe que esas personas no son más que acarreados. Marchistas profesionales de la Ciudad de México. Ella extrañada le decía, que el asunto agrícola no se trataba de clientelismos ni de tortas o sándwiches gratis, sino de generar cambios reales. Esteban se soltó a reír, le parecía demasiado inocente la postura de Lenina, le dijo entonces: -Y si luchan por esos derechos, si se supone que no tienen ni dónde caerse muertos por la “situación del país” de dónde sale todo el presupuesto para hacer lonas, carteles, mantas, panfletos y todas esas cosas que hay en la marcha. ¿No será de los impuestos? ¿Del erario?

Ella se detuvo un momento a pensar, tenía sentimientos encontrados. Debía de darle algo de crédito a Esteban, parecía tener un punto a su favor. –Piénsalo-continuó él- es una compradera de votos y creación de capital político que como los dos sabemos eso hace que la democracia vaya en detrimento de lo que realmente es. Lenina sin darse cuenta, en la marcha había estado cara a cara con el sistema político mexicano y con la burocracia. Desde aquel día ella comenzó a investigar sobre la historia de la sociedad mexicana. Cada que tenía una hipótesis sobre el momento en que cambió la forma de pensar del mexicano, se la hacía saber a Esteban para conocer su punto de vista. Mientras más tiempo pasaban juntos más se adentraban en el interior del otro. Ella irradiaba alegría e inteligencia.

Esa exacerbada inteligencia había hecho que fuera muy difícil impresionarla. Pero con Esteban las cosas eran muy diferentes. Su relación después de casi 6 años había alcanzado niveles que ninguna de sus relaciones anteriores había alcanzado. Personalmente, Lenina se mostraba mucho más abierta a probar nuevas experiencias; ahora iban juntos a fiestas, bares y antros donde ella se la pasaba bailando. Tomaba más alcohol que nunca antes. Anteriormente argumentaba que casi no le gustaba tomar, lo que menos le gustaba era la cerveza, ahora cada vez que salían era lo único que pedía de tomar.

Decidieron crear un proyecto de investigación en común. La propuesta que realizaron era para derogar varias leyes que tenían que ver con los derechos de los indígenas. Investigaron durante más de seis meses sobre las escuelas normales a las que asisten los pueblos de la sierra de Puebla para mejorar las condiciones de las normales rurales y de la formación docente en esas comunidades en específico. La propuesta llegó hasta la cámara baja, pero los legisladores decidieron que ese tema ni si quiera estaba en la agenda y lo descartaron de inmediato. Los dos sabían que se trataba de una propuesta demasiado ambiciosa, pero que tal vez con un poco de suerte entraría en el debate público. No fue así.

Lenina se manifestó entonces con los que buscan que aparezcan con vida los famosos “cuarenta y tres”. Esteban la acompañó, pero más por un acto de solidaridad espiritual, finalmente también era su proyecto, que por realmente creer en el “marchismo” mexicano. Tras el rotundo fracaso de su propuesta de ley Lenina llegó a una conclusión reveladora. Primero, que la educación es el arma ideal para combatir los dos problemas principales que aquejan a la sociedad mexicana (La corrupción y “Los dos Méxicos”). La revelación importante fue que las respuestas para México no vendrían de su interior, más bien vendrían de voltear a ver lo que hacen otros países.

Decidió prepararse más que nunca. Continuó estudiando sobre cuestiones educativas, así como temas de política educativa. Al mismo tiempo le propuso a Esteban que iniciaran otra investigación, pero a diferencia del proyecto anterior tomarían el tiempo necesario para realizarlo y no lo compartirían con nadie más. Existe el rumor que era algo relacionado con la juventud mexicana. En el tema de educación después de varios meses de continuar estudiando y preparándose, Lenina se había encontrado con una postura muy interesante que resumía su visión con respecto al cambio que quería ver en México. La respuesta era la Educación Comparada.

Resumía su postura con respecto a los cambios del país por las siguientes razones: Observa cuál es la situación educativa en la que se encuentra nuestro país, realizando un análisis sobre todas las variables que participan en la educación mexicana (diagnóstico). Estudia tanto las buenas prácticas del país como las no tan buenas. Después de un análisis exhaustivo realiza varias comparaciones. Primero con países que tienen características demográficas y culturales parecidas a las de México, puesto que en esos países las políticas que se realizasen serían muy parecidas a las que se hacen en nuestro país.

La literatura por otra parte recomendaba que los estudios comparados se realizaran con los países en los primeros lugares en el ámbito educativo. ¿De qué sirve compararse si se hará con países que se encuentran igual de mal o peor que el nuestro? Sin embargo, Lenina veía un gran riesgo en las comparaciones con países con altos estándares educativos; el riesgo era que ni las características demográficas ni las culturales eran parecidas a las de México. Fijó entonces su postura, en la cual afirmaba que sí debíamos compararnos con los países en los primeros lugares, pero siempre tomando las respectivas distancias. No era un secreto que había dedicado gran parte de su tiempo a la investigación de esos temas.

Varios meses después de estudiar sobre la Educación Comparada y sin olvidar el rotundo fracaso de su propuesta de ley, Lenina recibió un par de ofertas de trabajo que estaban a punto de cambiar el rumbo de su carrera. La primera oferta que recibió fue de una organización no gubernamental que le pedía ayuda para generar propuestas de ley que coadyuvaran al desarrollo de comunidades indígenas, para que fueran autosustentables. El estipendio que recibiría ahí sería meramente simbólico. La segunda oferta que recibió vino del Instituto Nacional para la Evaluación de la Educación (INEE) quién a sabiendas de su largo periodo de investigación en Educación Comparada, le pediría que ayudara a diseñar proyectos de esta índole. Estaba en una encrucijada.

Por un lado podría ayudar a las comunidades indígenas, pero por el otro estaría en una dependencia de gobierno donde lo que hiciera podría tener un impacto social importante. Lo consultó con Esteban y con su familia. Todos la alentaron por la segunda oferta. Lenina formaría parte del INEE iniciando formalmente así su carrera política. Esteban se encontraba tan orgulloso que decidió llevarla a celebrar. Fueron a un bar de la Condesa, ella estaba sentada en sus piernas bebiendo una cerveza. En ese momento vino a su memoria un recuerdo perdido que tenía con su padre, quien le había enseñado a beber cerveza a los cuatro años (“No se saborea sólo se pasa”). Se sintió regocijada por todo lo que tenía en su vida.

Fragmento de «El Hijo Pródigo vuelve a casa«

En busca de renombre

¿Cómo superar las expectativas de todos? Después del foro, donde superó las expectativas de Lenina, Esteban se dio cuenta de todas las posibilidades que tenía. Maduró mucho, cambió de perspectiva sobre cómo funcionaba el mundo. Pensaba que sus ideas eran en extremo especiales o diferentes; lo que comenzaba a buscar era la grandeza. Comenzó esa búsqueda primero tratando de encontrar cuál era la combinación perfecta, si era Economía y Política o Economía y Derecho. Estaba tan centrado en sus asuntos que comenzaba a pensar en cuál sería el siguiente paso para alcanzar la grandeza que tanto anhelaba.

Su ahora novia Lenina, le comentó que dependiendo el enfoque que quisiera darle a su carrera, era la combinación que debía elegir. Por ejemplo, si quería dedicarse más al ámbito privado la combinación perfecta era Economía y Derecho; si quería dedicarse al ámbito público Economía y Política eran la elección correcta. Se decidió por la segunda opción; todos esos autores que habían influido en su forma de pensar lo orillaban a querer convertirse en una figura pública. Esteban en ese entonces mantuvo un diálogo constante con todos ellos. Algunos no le decían que hacer, tal es el caso de Marx, figura polémica que trascendió por su obra y no tanto por su actuar político.

Pero vayamos al principio, Platón el clásico griego fue quien principalmente lo orillo a dedicarse a la vida pública. Rousseau, Voltaire, Kant, Descartes, Comte, Hobbes, Hume, Bacon. Todos esos autores le dijeron lo que tenía que saber sobre la sociedad en la que vivimos. La “globalización” podrá ser un término del siglo veintiuno, pero su concepto surgió en el siglo diecinueve, si no es que antes. También entraron algunos autores sobre la posmodernidad al debate. Derrida y Foucault y su debate por el lenguaje; tan desgastante como leer uno de sus libros completo. Hubo otros autores, como psicólogos reconocidos, Freud, Jung y Rank; y algunos pesimistas como Nietzsche y Sartre. La lectura de esos personajes fue básicamente por cultura general y para adentrarse en el “inconsciente colectivo” de la sociedad de este siglo, para desenmarañar el “malestar en la cultura”.

Pasaba largos periodos de tiempo en la Biblioteca Central. Al principio pensaba que se debía a la influencia de su novia, pero después notó que era convicción propia. Incluso comenzó a leer autores relacionados con la educación como Piaget y Vygotsky. Gracias a ellos comprendió la forma en que se da el aprendizaje. La democracia vino entonces a hacer presencia, Baumann, Rojas, Innerarity, Maquiavelo y su Príncipe. Hasta Aristóteles y su Ética a Nicómaco. Un largo viaje entre libros que fueron abriendo sus horizontes y modelando su forma de pensar sobre el mundo. El viaje culminaba siempre con autores de Economía, como era de esperarse.

Comenzaba por Adam Smith y sus Libros Azules, seguido de David Ricardo. Marx y su Crítica de la Economía Política mejor conocida como El Capital. Autores modernos como Friedman y Keynes relacionados con el liberalismo. Pero no todos eran obras de autores de otros países, también leía a los nuestros; estaba enterado de la situación política y económica que vivía el país, no había noticiero o periódico que no viera o leyera. Además de sus periodos de estudio/lectura en la biblioteca pasaba mucho tiempo estudiando en la Unidad de Posgrados de Filosofía con Lenina. Uno de sus profesores vio el interés que tenía por superarse intelectualmente y lo invitó a hacer carrera como investigador en la facultad de Economía.

Ese fue un gran cambio en su vida, Esteban había conseguido un trabajo en temas que lo apasionaban. Ahora ya estaba listo; se vestía para el éxito. Su padre le compró algunos trajes y corbatas, cambió su corte de cabello. Haciendo mención de su padre, la visión que él tenía de Esteban había volcado en una dirección distinta. Ahora comprendía que no era igual a él, sino como un arcoíris que sale a refractarse en la luz. Con esta metáfora su padre quería significar que había entendido que su hijo no era una extensión suya, sino un reflejo, una proyección. Por eso era que se sentía tan orgulloso; la rebeldía estaba encaminada ahora hacia la grandeza.

Preparado para los grandes cambios que viviría, a punto de terminar la carrera, Esteban sabía que para cumplir con su cometido con la sociedad debía generar ideas propias. Con todos los autores con los que había dialogado ahora debía generar un monólogo original. La creación en la investigación es algo complicado puesto que la mayoría de las cosas han sido investigadas, y aunque lo importante son las aportaciones empíricas del investigador en cuestión, sus resultados suelen ser casi iguales a los de las otras investigaciones. Por eso Esteban primero que nada quería tener una serie de ideas que se relacionaran con temas económicos cuyos resultados fueran reveladores y en cierta forma ayudaran socialmente.

Anotó entonces todas las ideas que iba teniendo sobre los sistemas político-económicos del mundo:

  • ¿Cómo hacer cambios en el sistema? Tanto político como económico.
  • La situación mundial.
  • ¿Cómo cambian los modelos económicos?
  • ¿Por qué México no crece?
  • ¿Qué es la democracia y cómo funciona en la realidad?

Trataba de resolver estas y otras cuestiones apoyándose en figuras clásicas, autores modernos y otras investigaciones. La primera cuestión trataba de resolverla a través de los clásicos, pero también tomaba en cuenta las nuevas formas de producción y de consumo de la sociedad. Tenía en mente que las personas, por lo menos las de este siglo, no dejarían de consumir. De ahí entonces le surgía la teoría del tiempo. Él decía que durante todo el tiempo que la Historia Económica ha estudiado los fenómenos, no han existido cambios reales. No hay cambios reales porque la historia no transcurre de manera “materialista”. Esto quería decir que los cambios en la historia se dan a través de miles y miles de eventos desconocidos que van modelando la forma en la que piensan las personas.

Pero a diferencia de los positivistas, Esteban afirmaba que el progreso no era un proceso terminado que culminaba en el estadio científico y tecnológico, sino que más bien el progreso nunca terminaría. Ponía los siguientes ejemplos para explicar que el mundo no había cambiado tan radicalmente como la gente pensaba. Leyendo un artículo de investigación más o menos serio sobre la situación actual de Rusia, Esteban llegó a la conclusión de que nunca habían dejado de tener zar. Claro con sus distancias, Vladimir Putin, podía considerarse el nuevo zar de Rusia. Sucede una situación parecida con México. Algunos clásicos de la literatura moderna mexicana, llámense Carlos Fuentes u Octavio Paz, afirmaban que México no se ha deshecho de la figura mítica del “Tlatoani”. Cómo fue que Enrique Peña Nieto, en su momento, logró tantas “Reformas transformadoras” impensables en más de cincuenta años.

“Mover a México” rezaba el eslogan de su presidencia ¿Nos estamos moviendo, pero hacia dónde? Se preguntaba entonces qué era lo que debía hacer México para alcanzar ese anhelado porcentaje de crecimiento que buscamos constantemente. Y entraban aquí en su mente los autores sobre la democracia, además de los de la Psicología colectiva. ¿Por qué México sigue en un estado de “juventud”? Las estadísticas podían dar una respuesta adecuada a esta interrogante. Nos encontramos ante la generación más grande de jóvenes tanto en México como en el mundo. Y entonces ¿Cuál es el problema? Que muchos de esos jóvenes ya no confían ni en el sistema político, y mucho menos en la democracia.

Tenemos una clase política envejecida que vive de la nostalgia de sus “glorias pasadas”. Tan es así que cuando los senadores tuvieron sesión en el antiguo palacio legislativo más de uno decidió tomarse su foto. Nadie toma en cuenta a los jóvenes por la razón de que nunca han tenido algo importante que decir. ¿Cuál es la situación que más nos molesta? ¿Qué es lo que debemos cambiar? Nadie lo sabe, pero todos pendejeamos al presidente eso que ni qué.

El último de los temas que ocupaba sus pensamientos indagatorios era el relacionado con la situación mundial. Siempre que reflexionaba sobre este tema venía a su mente la famosa frase de intelectualoide de izquierda que dice: “Pobre México, tan lejos de Dios y tan cerca de Estados Unidos”. Y más allá de las implicaciones éticas y sociales de dicha frase lo que le ponía a pensar era que el orden mundial actual, y obviamente de la antigüedad, siempre ha estado regido por un grupo de países, cuyo poder político, económico o militar delimita quién entra y quién sale del “grupo de los poderosos”. Los Méxicos, los Chiles, las Colombias, las Argentinas y los Brasil siempre serían de esos países de tercera clase, y eso que ya ni siquiera existe el bloque comunista.

Así pasaba su tiempo Esteban ahora, buscando las causas de los problemas que aquejaban a la mayoría de los países y a México por supuesto. Estaba seguro que comprendiendo dichas situaciones podría llegar a algún resultado que cambiara la forma en que vemos al mundo y al Sistema en general. Su gran esfuerzo y estudio estaban por darle la razón.

Fragmento de «El Hijo Pródigo vuelve a casa»

Combinación perfecta

 

Inundado por todas partes de gente, el metro no podía acoger ni un alma más. Un paso tras otro, la gente no se detiene por nada; como un río sigue avanzando hacia la correspondencia. Entonces el ritmo de sus pasos se empareja. Suben las escaleras y por fin llegan a la Línea 3. Un fénix en su muñeca izquierda te mira directamente a los ojos, una cola de caballo y una camisa de cuadros con tonos rosados. Esteban piensa que es la mujer ideal para él. Los dos se bajan en metro Copilco. El cuerpo delgado de Lenina se aleja al salir del metro, como un espejismo.

Alejado y oculto Esteban la sigue, se da cuenta de que estudia en Ciencias Políticas. Ella entra en la Unidad de Posgrados y en ese momento las esperanzas de él se difuminan. Regresa hacia su facultad. Durante las clases se le aparecía la mirada de aquella desconocida. Alguien compraba una sopa instantánea, y al momento de querer probarla se le aparecía su rostro. “Y ahora te escondes en mi sopa, y este libro revela tu rostro…” pensamiento de aquel día en la mente de Esteban.

Era un día nublado, la cuenca de la Ciudad de México tenía que llenarse de agua. Al salir de la Universidad por la tarde Esteban se dirigió a su casa, los chubascos aislados aparecieron todo ese día. Al otro día Esteban salió a la misma hora de su casa, y entonces vio salir a Lenina del departamento donde vivía. Vivían en el mismo piso de la Unidad Habitacional. Seguro de sí mismo Esteban se le acercó para preguntarle su nombre. –Lenina-respondió ella. –Ayer vi que también te diriges a la Universidad, quería ver si podía acompañarte, vecina.

Ella asintió y comenzó a caminar más rápido. En lugar de ser un diálogo el que había entre los dos, era más bien un interrogatorio. La diferencia de edad era una cosa notoria, ella lo veía como si fuera apenas un niño, no tenía ninguna oportunidad con ella, pero la esperanza es lo último que muere. –Te invito a comer- finalizó Esteban. Lenina se disculpó diciendo que ya tenía un compromiso. Nada más falso que ese “compromiso”. No volvieron a encontrarse después de aquel día.

Esteban comenzaba a sentir en su interior que no era lo suficientemente bueno para estar con Lenina. Ella no dimensionaba el impacto que tenía sobre su vida. Siempre hay que cuidar la forma en que nos comportamos con la demás gente, pues nunca sabremos en qué porcentaje hemos influido en sus vidas. Llevaba tatuada su mirada en la piel, no podía olvidar esos ojos azul cielo, en contraste con su piel blanca como mármol pulverizado. Imaginaba Esteban que la veía por todas partes. En su conciencia alguien lo perseguía rápidamente, una figura hermosa. Siempre corriendo tras de él.

Él había preparado un cuidadoso discurso para decirle a Lenina la próxima vez que se encontrarán. Decía algo así: “Vecina, tal vez tú no lo sepas, pero creo que has causado una impresión muy fuerte en mí, y me gustaría saber si te gustaría salir conmigo”. De inmediato y sin miramientos Lenina declinó la invitación y terminó por decirle a Esteban: -No me gusta salir con gente menor que yo, así que por favor déjame en paz.

Una avalancha de sentimientos sobrevino al interior de él; más de seis años de fracasos amorosos culminaban en aquel momento. Volvían a hacerse presentes. Esteban era sólo un hombre más de la larga lista de pretendientes de Lenina. Ese horrible sentimiento de saber que alguien no te quiere como tú lo quieres. La lucha de poder que llega a existir cuando sales con alguien de más edad, en este caso ni si quiera existió. Constantemente él se preguntaba: “¿Por qué las mujeres no quieren a un hombre más joven?”.

Se dio cuenta  de que el sentimiento que tenía, no era igual a la incertidumbre, ya que con la incertidumbre hay posibilidades aún, cuando te rechazan ya no. Había un pequeño halo de depresión en Esteban; en una salida con sus amigos trató de intoxicarse lo más que pudiera. Una bola de nieve gigante que se avecina, aderezada con un toque de cerveza oscura. Esteban se dirigió a la facultad de ella, corría tambaleándose entre la lluvia. Al llegar a la unidad de Posgrados comenzó a gritar su nombre: -¡Lenina, Lenina!- gritaba el pobre y borracho enamorado. Ella escuchó los gritos y salió a tranquilizar al joven economista: -Ves ahora a lo que me refería de no salir con gente menor, son tan imprudentes… -él comenzaba a palidecer y le dijo: -Sólo pásame algún vínculo para encontrarte en internet. Ella le dio su nombre completo. Él salió tambaleándose de la facultad, había cumplido con su objetivo.

Esa había sido la gota que derramaría el vaso. Él sabía que tenía que decidir. O desistir en su amor por Lenina o tratar de convencerla de que a pesar de su corta edad él podía ser un hombre que valía la pena. Ella tardó algunos días en aceptar su “Solicitud de Amistad”. Cuando por fin pudo entrar a su perfil se dio cuenta de que Lenina no era una mujer cualquiera. Era estudiosa, disciplinada, con afán por investigar cada vez más cosas y que no se interesaba mucho en el aspecto físico de las personas, y más bien por su contenido intelectivo.

Para conquistar a Lenina no tenía que usar las típicas técnicas que utilizaría para conquistar a otra mujer. Tendría que leer mucho, estudiar, investigar. Lo más difícil es que tendría que hacerlo para sí mismo y no para tratar de impresionarla, pues de esa forma no funcionaría. Todo ese estudio e investigación le tomó a Esteban casi diez meses, los cuales fueron algo tortuosos pues no podía estar cerca de Lenina.

Una de las ventajas dignas de destacarse en Esteban era la carrera que estudiaba y la relación que guardaba con la carrera de Lenina. La Política y la Economía, siempre van juntas; una determina como se harán las cosas, y la otra los recursos con los que se cuentan. Esa era su principal ventaja porque al comprender en parte una de las dos ciencias entonces la otra resulta mucho más sencilla de interpretar y analizar. Se acercaba el momento de la verdad. Había un foro en la Universidad sobre Política Pública.

Lenina lo había publicado en su página de perfil, por lo cual era un hecho que estaría ahí. Esteban reconoció su oportunidad y se inscribió al foro. Él apoyaría las propuestas que diera ella argumentando económicamente porque dichas propuestas eran plausibles. Todo estaba preparado. El día del foro pudo reconocer fuera del auditorio la figura de ella. Como un cazador que acecha a su presa, decidió no acercarse demasiado para no espantarla.

Habían pasado dos horas del foro y comenzaban las propuestas de los asistentes. Lenina por fin externó su propuesta, Esteban la escuchaba atentamente y tomaba nota. Cuando ella finalizó, él se percató del error garrafal que ella había cometido. Hizo una serie de cálculos y entonces rebatió el argumento, pero para sorpresa suya y de ella los argumentos eran en contra. Esteban veía la relación que guardaban las palabras y los números en su cabeza. Ella se avergonzó frente a los asistentes, pero se dio cuenta de que había subestimado a Esteban.

Al salir del foro, él estaba rodeado de economistas y politólogos mayores, que lo elogiaban por su loable dicción y su pericia para hacer cálculos al momento con tan sólo algunos datos. Lenina se acercó y disculpándose con él, le pidió que se dieran una oportunidad, los papeles se habían cambiado. Por fin los estudios e investigaciones de casi un año de Esteban cobraban sus frutos. Aceptó cortésmente la propuesta y la abrazó.

Salieron a partir de ese momento, y mientras más tiempo pasaban juntos se daban cuenta de que tenían muchas ideas en común. Ella sabía que el amor de Esteban era sincero. Lo mejor, que podría ser visto como un arma de doble filo, era que vivían muy cerca el uno del otro, a unos departamentos de distancia. El amor por fin había florecido. Él estaba muy feliz de que por fin uno de sus sueños más anhelados se había cumplido. Uno de esos días en la relación donde no hubo discusiones profundas o ideológicas, ambos descansaban en un sillón en casa de ella.

Él acariciaba el oído de Lenina, era una especie de reloj derritiéndose al estilo Dalí. La suavidad que expedían sus orejas hacía que dieran ganas de morderlas. Un lóbulo con aretes de perlas que él acariciaba distraído. Ella acariciaba su cabello con la punta de sus dedos. No quería decir que fueron felices, pero por el tiempo que duró su amor (y fue bastante) sí que lo fueron.

Fragmento de «El Hijo Pródigo vuelve a casa»

Lenina

Padre e hija, una relación fraterna cercana. Lenina tenía 10 años en aquél viaje en el metro. Su padre posa su mano derecha sobre la rodilla de su hija. Ella sonríe y lo mira esperanzada, pensando que tal vez en el futuro podrá encontrar a un hombre como él. Él trae consigo la mochila de la niña llena de cuadernos, la pequeña Lenina saca su libreta de tareas; la mano regordeta del papá ahora se posa sobre el hombro de la pequeña. Ella ahora le muestra sus calificaciones. Diez en Español, nueve cinco en Matemáticas, nueve ocho en Inglés.

Él esboza una sonrisa de orgullo en sus labios. Besa levemente la frente de la niña quien de inmediato se sonroja. Dieciocho años han pasado desde ese episodio en la vida de Lenina. Era ahora graduada de la Licenciatura en Ciencias Políticas por la Universidad Nacional Autónoma de México. Llevaba tres años dedicándose a la investigación en temas relacionados con políticas internacionales en México. No es extraño que Lenina haya elegido esa carrera para desarrollarse pues su casa siempre ha sido un nicho vigente de pensadores de la vida política del país; era la decisión más natural que pudo haber tomado en su vida.

Lenina era una mujer muy hermosa; su rostro combinaba facciones y rasgos de hombre y de mujer. A veces tenía rasgos de rudeza femenina y a veces de sensibilidad masculina. Al igual que sus facciones su ideología era una combinación tanto liberal como conservadora, izquierda y derecha en una sola persona. Ella sabía que era de una posición acomodada dentro de la burguesía, pero por su formación académica también sabía qué era lo que sucedía en la realidad mexicana. Es por eso que no le importaba el transporte que tuviera que utilizar, así como se subía a un taxi de camino a la Condesa igual se subía al metro para tomar en alguna cantina perdida en el Centro.

La gente que la conocía por primera vez solía pensar que no era muy inteligente; “Una chica de ojos azules, cabello algo rubio con tez blanca ¿estudiando Ciencias Políticas?” Y es que esos ojos azules siempre le ocasionaron problemas, la gente solía pensar que veía el mundo de otra forma. Eran color azul turquesa como el mar en Playa del Carmen. Y su piel tan fina como esa arena, mucho más blanca y brillante. Pero al momento en que la gente la escuchaba hablar, todos esos prejuicios se desvanecían. Una de las tesis que más defendía era la que ella misma formuló: “El arma que podrá salvarnos en estos tiempos se llama conocimiento”. Creía fervientemente que los próximos cambios en el mundo los generarían el progreso tecnológico y la innovación.

Solía quedarse noches enteras sin dormir pensando ¿Cómo innovar en un país detenido por más de ochenta años? –Pues al final lo único que “genera valor” es lo que hace que los contribuyentes paguen. Trabajo remunerado (asalariado). Con esa frase solía terminar sus reflexiones nocturnas. Lenina iba a todas las marchas que había en su facultad. El 2 de octubre, el primero de diciembre, el diez de junio, no importaba cuál fuera la ocasión ella estaba ahí gritando consignas sin sentido. Sus padres no veían con buenos ojos el hecho de que Lenina fuera a todas esas marchas puesto que ellos creían que todas esas cosas eran pura grillería (cosas de grillo). Lenina no se veía a sí misma como un grillo pues ella aseguraba que los grillos eran, como el insecto, un grupo de gente que hacía ruido, un ruido molesto. Que, como el insecto también, cambiaban de postura ideológica a su conveniencia, brincando de un lado para otro. Ella no se veía así, aseguraba categóricamente que los contingentes realmente unificaban a México.

A diferencia de muchas personas que van a las marchas a propagar la política panfletaria, lava cerebros que se hace en México, lo que Lenina hacía era totalmente distinto. Ella sabía quién era su diputado, su delegado y de qué forma podía exigirles a ambos. Lenina se la vivía en el Congreso de la Unión cabildeando con distintos pliegos petitorios pensados y revisados por ella y otros expertos de la política nacional (abogados y economistas en su mayoría). A veces funcionaban los cabildeos, otras no. Lo que tenía que ver con derechos reproductivos y empoderamiento de la mujer siempre funcionaban. Sus padres, conservadores de ultra derecha estaban en contra de todo eso. Legalización era una palabra que nunca se pronunciaba en su casa.

Hablando de su casa; vivía en el Centro Urbano Presidente Alemán (CUPA). Llevaba toda su vida ahí. Vivía en el edificio del centro de la Unidad, en palabras de su padre: “El más majestuoso”. Así como su edificio que se encontraba en el centro, así Lenina tenía todo en su vida, muy equilibrado. Excepto por una cosa, el ámbito amoroso. Su problema con los hombres era muy curioso; eran pocos los que lograban acercársele, puesto que siempre imponía demasiada presencia. Su personalidad eclipsaba la de cualquier hombre. A muy pocos hombres les gustan las femme fatale. Por eso Lenina no tenía novio; por ser una mujer con carácter.

Si alguien pensaba demasiado como ella entonces era muy bueno para ser cierto. Ella no era desconfiada por inseguridad, sino todo lo contrario, como sabía tan bien que era lo que quería muy pocos hombres cumplían con ese estándar; no sentía apego por ninguno de ellos. Claramente había tenido experiencias sexuales en la adolescencia y a inicios de su adultez, pero todos eran encuentros casuales. Unas cuantas copitas de más y un hombre más o menos guapo cerca de ella. Lenina es el claro ejemplo de que no importa que ideología tengas, la mayor parte del tiempo quieres convencer a los otros de que piensen como tú. Un constante devenir de fuerzas contrarias, eso era platicar con ella.

Incluso los hombres que más cuestionaban su adoctrinamiento eran los que más le atraían, por lo menos le daban otra cosa en que pensar. A pesar de todo eso era una mujer sumamente plena y feliz, sabía que era lo que quería y lo que no quería; lo que estaba dispuesta a tolerar y lo que no. Muy en el fondo de su ser sabía que el hombre que lograría hacerla feliz, sería el que más se pareciera a su padre. Sin embargo, ella no desesperaba, procuraba mantenerse en el justo medio entre dos fuerzas que no comprendía del todo, pero a las que estaría ligada por el resto de su vida; liberalismo y conservadurismo, izquierda y derecha.

Fragmento de «El Hijo Pródigo vuelve a casa»

Infraestructura y Superestructura

Todos tenemos una base, donde estamos cimentados. Infraestructura; es la base material que determina la estructura social, su desarrollo y cambio. Incluye las fuerzas productivas y las relaciones de producción. Se refiere a la estructura económica. Dos fuerzas contrarias, una tiene la misma estirpe que la otra, pero qué sería de la vida sin la libertad. Que sería de ella sin esa capacidad de elegir lo que queremos y renunciar a otras cosas.

Ricardo tenía aproximadamente cincuenta años, las cosas que pensaba, estaban definidas por una serie de paradigmas del siglo pasado. La familia, los amigos, el estrato social al que pertenecía todo estaba preestablecido. Llevaba 28 años de casado, pero su mujer era un adorno más en su casa, la encargada de hacer las comidas y llevar al niño a la escuela. Un componente importante, si no es que el más importante de la vida de Ricardo era su trabajo. Llevaba más de treinta años trabajando en la empresa en la que se encontraba, podría decirse que era casi el dueño.

Ricardo era uno de los pilares al interior de la empresa, la mayor parte del tiempo muchos empleados le preguntaban dudas sobre facturación, productos etc. Como ya se mencionaba, la forma de pensar de Ricardo no era muy abierta que digamos, solía creer que las personas que no sabían resolver operaciones aritméticas eran unos completos idiotas. “Todo el mundo lo sabe”. También solía creer que era de mente muy abierta, que aceptaba las cosas con la menor cantidad de prejuicios posibles. Falso. Era homofóbico, antidrogas, religioso por tradición e intelectualoide. Como muchos hombres de su generación se casó y tuvo un hijo porque “así se usaba” y hacer otra cosa no era muy bien visto.

Superestructura; es el conjunto de elementos de la vida social dependientes de la infraestructura. Incluye la religión, la moral, la Filosofía, el Arte, el Derecho y las instituciones políticas y jurídicas. Como lo dice su definición, la superestructura depende necesariamente de la infraestructura. Por eso es que las sociedades están definidas principalmente por sus fuerzas productivas y la visión que tienen acerca del trabajo.

Esteban era el hijo de 17 años de Ricardo, como la gran mayoría de los jóvenes de esa edad comenzaba a cuestionar las cosas en su vida. Tuvo su primer contacto con Marx en una clase de historia de la Filosofía en el bachillerato. Después de ese momento cambió su vida, comenzó a interesarse por los otros, por el pueblo. Esteban tenía fiereza de corazón se enojaba realmente en las discusiones con su padre. Él en cambio siempre tenía una postura “magnánima” más bien cerrada. “Todo está bien hasta que alguien no piensa como yo”.

Su relación en ese punto estaba muy desgastada; Esteban tan lleno de rebeldía, hacía cualquier cosa por confundir a su padre. Se rapó la cabeza, pero no por completo, sino sólo alrededor y de en medio se dejó largo el cabello, parecía que traía puesto una especie de gorro. Uno de los mayores temores de Ricardo era que su hijo le saliera “gay” o una de esas cosas raras, como él las llamaba. El gusto le duró poco y por la presión de su padre y sus profesores se rapó por completo la cabeza.

Esteban dejó de asistir a la iglesia con sus papás, en parte por rebeldía, pero también porque estaba confundido y no sabía si esa era la fe que quería tener. Comenzó a decir que era budista, otra cosa que no le pareció a su papá. Contraposición constante, su padre decía blanco, él decía negro. Esteban investigó un poco sobre el budismo, y se dio cuenta de que había vivido al revés los últimos 17 años de su vida. Su padre en cambio quería imponer más límites y reglas que nunca. Muy en el fondo Ricardo quería coartar la libertad de Esteban, pero él luchaba por desafiar las creencias de su padre.

Todo el mundo puede elegir entre todas las opciones, siempre y cuando tenga dinero para pagarlas. El progreso nos orilla a pensar que todos debemos avanzar hacia el mismo objetivo, aunque en principio todas las personas somos distintas. Dos fuerzas contrarias, incluso contradictorias. Paradigmas en pugna. Una de esas fuerzas termina siempre eclipsando a la otra, determinando su forma de pensar. De la explotación es de donde surge la ganancia. El que haya dicho “Ámense los unos a los otros” realmente no era de este planeta. Estas nociones Esteban las tenía, no tan desarrolladas, puesto que apenas tenía 17 años. Algo en su interior le decía que tenía que luchar por los demás y la mejor forma de hacerlo era terminando con la tiranía de su padre.

Ricardo no sabía qué hacer, pensaba que al tener un hijo todo resultaría muy fácil. Que al mostrarle el mundo como él lo veía, terminaría pensando como él. Terminó la preparatoria Esteban; sabía muy poco sobre lo que quería hacer de su vida. No tenía novia y solía juntarse con pocos amigos. El profesor que lo introdujo al marxismo le recomendó se tomara un año sabático para decidir qué carrera estudiar. Al llegar a su casa con esa idea, su padre perdió los estribos por primera vez en mucho tiempo y le dijo: -Tú que piensas que eres el Príncipe de Gales o qué, de dónde crees que voy a tener dinero para mantenerte un año sin que hagas nada más que haraganear. Ni lo sueñes te vamos a hacer unas pruebas de orientación vocacional para que decidas rápido qué es lo que quieres estudiar. Después te escoges una Universidad y listo.

En ese momento algo murió dentro de Esteban, se dio cuenta de que lo único que le importaba a su papá era el dinero que tendría que gastar en su único hijo. Un código de barras en la frente, eso representaba para él. Relación proveedor cliente. Su padre lo veía de una forma distinta, él pensaba que le estaba dando los medios necesarios para desarrollarse, “con todo lo que yo no tuve”, como un hombre de “bien”. Y ¿Qué es ser un hombre de “bien”? Esta es la respuesta. Un hombre, no se excluye a las mujeres, que nace, y es bautizado en la misma fe que sus padres, porque así lo dicta la tradición.

Crece siguiendo todos los preceptos que sus padres le enseñan sobre la sociedad, dinero, familia, trabajo, salud. Un camino interminable dirigido por 4 preguntas esenciales: ¿Y la escuela? Refiriéndose a la profesión a la que va a dedicarse dicho hombre de “bien”. ¿Y el trabajo? Significa independencia “que se largue este chamaco de mi casa”, “que me mantenga con su dinero”. ¿Y la boda? Mi hijo tiene que casarse y ser feliz con su pareja como yo lo soy. ¿Y los hijos? ¿Cómo va a existir un matrimonio sin hijos? Algunas personas de alta longevidad llegan a la pregunta de: ¿Y los nietos?

Esteban no sabía que todo eso era lo que le esperaba y le respondió a su padre molesto: -Si el dinero es tan importante para ti, entonces ese año que no estudie voy a buscar un trabajo para que no me tengas que mantener. Su padre no supo que contestar, durante los 18 años de vida de su hijo él había tomado todas las decisiones importantes. No podía permitirse perder ese control. La infraestructura, mejor dicho, la economía, estaba en crisis. Crisis monetaria. ¿De qué sirve tener todo el dinero, si tu hijo va a conseguir trabajo?

La fuerza interna de Esteban eclipsaba ahora la fuerza más importante de su padre, la económica. Se miraron durante largo tiempo. Ricardo hizo un balance interno. Si decía que sí, tendría que cumplir los caprichos que Esteban tuviera durante ese año, intercambios, vacaciones, salidas etc. Si decía que no entonces Esteban se liberaría cuasi por completo de sus garras al conseguir su primer trabajo. Esteban hizo lo propio; por una parte si comenzaba a trabajar no tendría que ir a la escuela durante un año, pero ahora realmente tendría que “fletarse” como decía su papá. De no entrar al trabajo, haría las pruebas de orientación vocacional y en menos de 1 mes ya estaría de regreso en la escuela.

La voz de la experiencia hablaba ahora. Su padre llegó a una conclusión bastante aceptable. Esteban podría tomarse un año sabático de la escuela, pero tendría que trabajar durante ese año. Además, las pruebas de orientación vocacional serían una cláusula sin la cual no habría trato. A regañadientes Esteban aceptó. Durante ese año, él había madurado muchísimo; lo que antes eran nociones lejanas, ahora se convertían en reflexiones profundas. Logró decidir que quería estudiar. Economía por supuesto. A lo largo de todo ese año Esteban tuvo una reflexión en particular que no lo dejaba dormir por las noches, era la siguiente: ¿Cómo tener esperanza en un mundo donde nadie la tiene? Lo que Esteban planteaba era que el hombre en la actualidad había perdido la esperanza porque había perdido la libertad.

Si alguien pudiera decidir qué hacer de su vida, y se decidiera por lo otro, entendiendo eso otro como lo que la sociedad no espera de los individuos, entonces se da la alienación. Si alguien no estudia o no produce bienes y servicios que se vean reflejados cuantitativamente en la sociedad, entonces no es útil, es un parásito, o en palabras de su padre: “Un completo idiota”. Llegó entonces a la misma conclusión que muchos filósofos: ¿Cuál es el punto de la vida? El punto de la vida, desde la perspectiva de Esteban, era ser feliz. No ganar dinero, o tener una familia, o muchas otras cosas; el punto de la vida era ser feliz.

Dos fuerzas contrarias, siempre en contraposición. Infraestructura y Superestructura. Uno siempre en la base, siendo el cimiento económico, el otro siempre en las alturas, pensando y repensando qué es lo que la sociedad necesita. Fuerzas complementarias más bien, como los padres y sus hijos. Son dos entes que se necesitan mutuamente. Un hombre no puede ser llamado padre si no tiene un hijo, y un hijo para ser llamado así debe de tener una estirpe, un origen. Lo mejor de la unión entre esas dos fuerzas es que siempre dependerán de la libertad del hombre.

Fragmento de «El Hijo Pródigo vuelve a casa»